domingo, septiembre 19, 2004

Running Away
(inspirado en la canción Mer Girl de Madonna)


Me miré al espejo. Perfecto. Ni un solo rastro. Nadie se iba a dar cuenta de que llevaba maquillaje. Estaba luciendo mi mejor cara. Esa cara que todos conocen. Esa cara que dice "soy fuerte, nada puede vencerme". Esa es la cara que estaba usando cuando abrí la puerta y comencé a correr.

Me alejé de mi casa. Y con mi casa, dejé atrás a mi madre y a mi padre, quizás a mi hermana, quienes me atormentaban sin siquiera hacer el esfuerzo de hablar, con sus miradas inocentes, desaprobatorias, y también, aprobatorias. Siempre supieron como sostenerme, y quieren, muy en el fondo, seguir siendo dueños de ese sostén. Pero no. No podía permitirlo. Con ellos, dejé atrás infinitas memorias, de todo tipo, y una sola, que seguía viva a pesar de que el tiempo y la realidad habían hecho su marca en mí. (Pero cuál?)
Corrí hacia las calles, tan silenciosas en ese momento, y de ese silencio quería escapar también. Pasé de largo por la iglesia, ni siquiera miré hacia atrás, no hacía falta. Ella y su Dios siempre habían dado vuelta la cara cuando se trataba de mí, y yo estaba haciendo lo mismo. Corrí hacia la avenida, pero a tan solo una cuadra de ella, me di cuenta que no quería pisarla en lo más mínimo. En ella había ruido, mucho ruido, y así como corría del silencio antes, corría del ruido ahora. Seguí transitando por las calles, evitando las miradas, evitando la gente, los niños y adolescentes, adultos y ancianos, extraños, todos extraños... sólo quería escaparme de ellos, de ellos y de sus miradas acusadoras, sus caras risueñas, sus caras asustadas. Ellos me lo recordaban, me recordaban un tiempo mucho antes, cuando era chico. Hace mucho. Tenía que correr más rapido todavía.

Seguí corriendo, tan rápido como podía, hasta que me di cuenta que correr tanto no era simplemente para escaparme. Estaba buscando algo. Pero, qué?

De alguna manera, llegué al cementerio, y entré. Este lugar también me recordaba cosas de las cuales deseaba correr, pero sin embargo, había algo que me acercaba a ese lugar, algo que me arrastraba, y me obligaba a acercarme. Así que traspasé las compuertas, y empecé a caminar por sus pasillos. Transitando ese laberinto, mirando las bóvedas a los costados, el empeño que alguién había puesto en ellas al construirlas... También pasé por al lado de los nichos, tan descuidados... y llegué a un montículo, dónde se encontraban todas las tumbas, con sus grabados, y los nombres a quienes pertenecían, todos tan olvidados. Mientras miraba los nombres, pensaba en como me asustaba la idea de ser completamente olvidado. Aunque es inevitable, algún día va a pasar, pero era una idea tan dolorosa... Hasta que lo encontré... tu nombre, en esa lápida... tan bien cuidada, tan recordada, única. Como vos. No sé la demás gente, pero yo... yo jamás me voy a olvidar de vos. Me senté al lado de tu lecho, a tu lado, y pensé en vos, y en tu muerte, y en cuánto esta última me habia afectado. Cómo había llorado ese día, sabiendo que nunca más ibas a estar al lado mío. Pero sé que nunca te fuiste, siempre estuviste en mi corazón. Siempre. Y, aún si en ese momento las lágrimas no caían como cuando tenía diez años, la tristeza no era menos. Y me acosté a tu lado, y casi sin darme cuenta, me quedé dormido.
Las gotas de lluvia empezaron a caer en mi cara, y en ese momento, desperté. Recordé lo que había soñado (gente, mucha gente, pero esta vez no eran extraños... era gente conocida de siempre, de ayer y de hoy. Gente que quería, gente que deseaba, gente que ya no estaba, gente a la que seguramente había defraudado y lastimado de alguna u otra forma... porque, de que otra manera alguien podría alejarse de mí de esa manera?), y empecé a correr de nuevo, no había encontrado lo que estaba buscando, y todo empezaba a atormentarme nuevamente.
Corrí bajo la lluvia, que me mojaba el pelo y la cara... corría sin destino, sin embargo, sabía para que lado me dirigía, para el lado de ese lugar, ese lugar tan lindo y al que muchas veces recurría... Era un refugio, un refugio hermoso, donde abundaba la risa y uno se olvidaba de todo, donde la gente era la gente mas hermosa del mundo, y donde sabía que nada podía fallar. Pero, una vez más, estaba equivocado. Ese lugar estaba ahí como siempre, cuando llegué. Pero estaba desierto. Por primera vez, en ese lugar no había nadie, no había gente hermosa ni risa contagiosa. Era un simple refugio como cualquier otro. Y eso no era lo que yo estaba buscando... así que salí a correr bajo la lluvia, nuevamente.

Y aún seguía buscando algo, pero no sabía que era, sólo sabía que a medida que corría, mis miedos y lágrimas peleaban más y más por salir a la superficie. No, eso no iba a pasar. Era necesario seguir corriendo.

Y corriendo bajo la lluvia, llegué a un claro, y mas allá un bosque, al cual no pude contenerme. Tuve que adentrarme entre los árboles, esquivando uno por uno, mientras corría, el barro ensuciándome los zapatos. No era un bosque extenso, pues ya podía ver el otro lado a tan solo unos metros. Pero justo cuando iba a llegar a ese final, desde atrás de lo últimos árboles, salieron todos ellos, todas esas relaciones inequivocadamente fallidas, todos mirándome como estaba corriendo. Corriendo de ellos, más que nada, de ellos y del amor. Como siempre, como siempre había hecho, y esta vez había sido tan fuerte, que me había incitado a correr de todo lo demás. Y vos estabas antes, parado más adelante de todos ellos, parecían un ejército. Pero vos eras lo único que importaba de ese ejército. Lo único que me importaba a mí. Te miré a los ojos, pero obviamente no me devolviste la mirada, así como nunca lo hiciste. Y eso me rompía el corazón. Porque si tan solo supieras... si tan solo supieras cuánto te amo. Es un amor irrompible e irremplazable, y sé que va a durar para siempre. Aún si no te importa. Aún si vos no vas a estar al lado mío para que perdure...va a estar ahi.
Aún así, aún si pareciera que vos eras lo único que yo quería y lo único que yo buscaba... no era eso lo que sentía en ese momento. No eras lo que había salido a buscar cuando comencé a correr. Así que, dándote la espalda una vez mas, me di la vuelta y salí corriendo hacia el bosque nuevamente. Pero no llegué demasiado lejos. A los pocos metros, caí de bruces al suelo, la lluvia todavía cayendo sobre mi cara, sobre mi ropa, sobre mi pelo. Ahora el barro, no sólo manchaba mis zapatos, sino que cubría mi ropa también. No podía correr más. Estaba demasiado cansado, y todo parecía haber fallado tan rápidamente, sin que me diera cuenta. Y, así, sin darme cuenta, lágrimas comenzaron a caer de mis ojos, rodando por mis mejillas, hacia mi boca. Tenían un gusto salado, al igual que la lluvia que caía desde el cielo. Y en ese momento, enfrenté todos mis miedos, los enfrenté y los mastiqué, destruyendolos, lentamente. Se sentía muy bien. Como nada en el mundo. Todos y cada uno de ellos.
O al menos eso pensé. Al dar vuelta mi cabeza, un charco de agua estaba reflejando mi cara. El maquillaje, aquel que tan eficientemente había sido esparcido por mi cara, ya no se encontraba ahí. Había desaparecido, por culpa del agua y de las lágrimas. Lo que había reflejado en ese charco de agua, era la forma más cruda de mí mismo, sin absolutamente nada que esconder. Pero no era lo que yo quería ver. No era y nunca lo iba a ser. Era horrible. Me daba asco. Con un solo golpe de la palma de mi mano, ese charco que reflejaba lo más horrible que jamás había visto, había desaparecido. Sequé mis lagrimas, tragué mis miedos una vez mas, y empecé a correr de nuevo.

Ahora, sé qué es lo que busco. Y, también, sé de qué me estoy escapando. Todo se resume a sólo una cosa. Todo apunta a mí mismo.

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